Hay periodos a lo largo del año en el que parece que se juntan demasiadas cosas: en el trabajo hay más tareas y reuniones que nunca, las tareas domésticas son una lista interminable y, además, contamos con la suma de compromisos con amigos o familiares.
Cuando parece que lo que tenemos que hacer se convierte en una montaña inconquistable, nuestro cuerpo reacciona y se provocan cambios en nuestro humor mostrando desgana por las tareas diarias. Nos sentimos desmotivados y cansados, incluso nuestro cuerpo reacciona ante esta situación de presión mostrándonoslo a través de síntomas como caída de pelo, erupciones alérgicas o picores, taquicardias, bruxismo nocturno, etc.
Para combatir del mejor modo posible el estrés cuando nos enfrentamos a grandes volúmenes de trabajo, es importante entender cómo funciona nuestro cuerpo para saber qué nos está pasando.
Hay mecanismos en nuestro cuerpo que se activan sin darnos cuenta. |
Para conocer el motivo, hay que remontarse a miles de años atrás. Desde el principio, el ser humano ha tenido miedo y esos miedos ante determinadas cuestiones han sido lo que en más de una ocasión nos ha salvado “el pellejo”. Imagínate, por un momento, que vives en un poblado de hace 7.000 años y un oso decide atacar el lugar donde vives. Posiblemente tu respiración se acelere, tu ritmo cardíaco se dispare, se dilaten tus pupilas y se tensen un poco tus músculos: estás preparado para luchar o para huir (fight or flight).
Claro está, hoy en día esas amenazas no son ni osos, ni leones y ni cualquier otro animal salvaje; sino que más bien tienen forma de cúmulo de tareas, reunión con el jefe o de discusión de pareja. Es decir, los detonantes del estrés, que se perciben como amenaza, han cambiado; pero nuestras reacciones fisiológicas siguen siendo las mismas.
Pero… ¿qué nos hace considerar que una situación o un elemento es un estresor y no hace que lo percibamos como algo inofensivo? Para que una situación sea percibida como tal, ha tenido que ser analizada por las siguientes partes de nuestro cerebro:
En primer lugar, en el hipotálamo, el encargado de la memoria que va a relacionar lo que está sucediendo ahora con experiencias pasadas o aprendizajes previos, nos ayuda a clasificar o identificar rápidamente un estímulo o situación. Por lo tanto, dividirá el estímulo entre “seguro” o “peligroso” dependiendo de lo que haya experimentado en ocasiones anteriores. Por ejemplo, si de pequeño un perro que estaba bastante enfadado te ladró fuerte además de hacer un amago de atacarte, posiblemente cuando oigas un perro ladrar pienses que puede ser peligroso acercarse a él.
Por otro lado, la amígdala es la encargada de generar la emoción del miedo, muy vinculada con el estrés. El hecho de que sintamos una emoción u otra dependerá en gran medida de las experiencias pasadas, es decir, lo que experimentamos emocionalmente se queda “grabado” en nuestro cerebro y se activa ante situaciones nuevas que son similares a anteriores.
Por último, la corteza prefrontal se encargará de crear una respuesta motora o acción dependiendo del análisis de la información que hayamos realizado previamente. Dicho de otra forma, es la que regula nuestra conducta en base a si consideramos la situación como segura o insegura y si nos da miedo o no. Básicamente, esta parte del cerebro es la que nos hace movernos para atacar y enfrentarnos a algo estresante o huir de ello para estar en una posición segura.
Por lo tanto, en la mayoría de las ocasiones, el estrés se genera por miedo a que suceda algo, ya sea para evitar un acontecimiento que consideramos como peligroso por lo que hemos experimentado antes o por falta de control en las consecuencias de lo que pueda ocurrir. Por este motivo, el estrés es un mecanismo de supervivencia innato, debido a que nos mueve a actuar casi instintivamente. Sin embargo, hay que recordar que, si nos exponemos a periodos de estrés intenso a medio o largo plazo, el efecto es contraproducente y puede provocar lo que se considera como “burn-out” o lo que es lo mismo: “estar quemado”.
Después de procesar la información externa y considerar una determinada situación como estresante, nuestro cerebro enviará señales a nuestro organismo para que secreten hormonas y creen una reacción en nuestro cuerpo.
Adrenalina: Posiblemente sea la más conocida de todas y es la que se encarga de incrementar las pulsaciones del corazón, aumentar el ritmo respiratorio y tensar nuestros músculos. Por lo tanto, es la hormona encargada de preparar al cuerpo físicamente para actuar: atacar o huir. Sin embargo, la secreción de manera continuada a largo plazo puede provocar problemas cardiovasculares como hipertensión.
Cortisol: es una hormona que interviene en el crecimiento, la digestión y en el sistema inmunológico, es decir, en nuestras defensas. Sin embargo, en situaciones de estrés se libera gran cantidad de cortisol en el organismo para que aumente la circulación sanguínea. El exceso de cortisol puede provocar cambios de humor, modificar patrones alimenticios como falta de apetito o gula y, por lo tanto, cambios en el peso. Por este motivo, hay personas que cuando están muy estresadas pueden estar de muy mal humor y con exceso de energía o, por el contrario, tristes y desganadas; además de que todos conocemos a alguien que cuando está estresado adelgaza y a alguien que aumenta de peso durante un periodo de estrés prolongado.
Norepinefrina: esta hormona de un nombre un tanto difícil de pronunciar es la que nos ayuda a estar en nos ayuda a permanecer despiertos y a mantener nuestra atención. Esto nos capacita a responder con más rapidez antes la demanda de nuestro entorno, pero a largo plazo puede provocar insomnio o problemas para dormir.
El estrés acelera el ritmo de trabajo de partes vitales de nuestro organismo para que nuestro cuerpo esté en alerta y pueda sobrevivir, pero ¿quién es capaz de estar en alerta permanentemente? Esto es una tarea agotadora para nuestro cuerpo y tiene sus efectos perjudiciales.
Es por eso que, si estamos expuestos a un periodo de estrés prolongado, diferentes partes de nuestro organismo corren el riesgo de sobrecargarse y nuestro cuerpo nos lo expresará a través de síntomas como insomnio, el exceso o la falta de apetito, el aumento o la bajada de peso, irritabilidad o apatía, tensión muscular que puede producir fatiga crónica, deseos de fumar o beber más entre otras.
Pero no te preocupes. Cuando estás estresado, posiblemente tu cuerpo no reaccione con todos los síntomas expuestos arriba, debido a que cada cuerpo somatiza o muestra el estrés de un modo distinto. No obstante, mantener nuestros niveles de estrés en el rango óptimo nos beneficia sin pasarnos factura en nuestro organismo.
¿Cómo reacciona tu cuerpo en épocas de estrés? Compártelo con nosotros en los comentarios de abajo.
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